Desde el bajo en que vivo esta experiencia coronavírica, en Jaén, donde ejerzo de guía oficial de turismo, sigo ejercitando la creatividad y compartiéndola a modo de Diario de Alarma.
Intoxicado. Hoy me siento profundamente intoxicado. Intoxicado por decisión propia. Casi puedo tocar mi desagradable, adicta y arrogante intoxicación.
Al despertar m vence un frenético síndrome de abstinencia. Busco mi dosis. Con impaciencia, sin mediar palabra, al localizarla, me abalanzo sobre ella. Compruebo que está en su sitio y verifico con ansias la veracidad de su existencia. La someto a reconocimiento visual exhaustivo. Por fin respiro.
Para consumir esta primera dosis -pienso- parpadeante, casi palpitante en mi retina, necesito robar tiempo. Robarles «mi tiempo». Robarme…
Me asaltan las dudas del antes, pero sigo adelante, no me detengo, aproximo mis manos, acaricio la superficie, busco, aprieto y me conecto.
A penas percibo el dolor de esta primera herida del día, se calma. Todo se detiene. La luz y el color me inundan, me llenan por dentro. Me oprimen y arañan mientras busco y clasifico mentalmente notificaciones por categorías.
– Hoy tampoco. No, nada nuevo.
Desde papers hasta memes, películas, museos, bibliotecas, reconstrucciones de lo que pudo haber sido y demoliciones de lo que no volverá a ser. Todos. Todos disponibles. Algunos en vivo y en directo. Y mensajes. Muchos, demasiados mensajes.
Algunos no aportan nada. Otros inquietan. Otros… – ¡Aaaahrrg! para estos otros no puedo ajustar el tiempo que demanda. Luego los veré. Espero que no se pierdan bajo una montaña de información. – y pensándolo, sucede-
Poco a poco el día pasa. Y sin darme cuenta se me escapa y sigo robando.
Cuando preparo el desayuno, masticando, mientras me hablan, mientras les hablo. Con otras pantallas, comunes, encendidas. No me respeto los descansos, ni las comidas, ni sus tiempos… Ya procuro ni mirar a los ojos, para no hacer más daño cuando los desvío.
Maldito virus. Maldita adicción. Maldito robo. Maldito móvil, aplicaciones y notificación.
¡Maldita! Maldita decisión de comprobar cada diez minutos la pantalla, de encenderla y de dejarme llevar para sentirme, de nuevo, naufrago, como si fuera este pez que vuela colgado de una lámpara, solo que en vuestro mar:
COVID19, Reflexiones, Sostenibilidad
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